Miles de años han vivido todas las culturas bajo los designios de diferentes dioses. Ningún antiguo recriminaba a cualquier pueblo que tuviera sus propios dioses. Es más, cuando se conocían dos culturas se asemejaban los distintos dioses de ambas. Y si alguno no se conocía, se aceptaba. ¿Por qué no va a ser real ese dios? ¿Por qué el dios de nuestra ciudad va a existir y el suyo no? El hombre necesita de lo local, de lo concreto. El hombre es federalista por naturaleza. No puede entender el mundo a través de la generalidad. Se necesita del dios de la guerra, del dios del Sol, o de la noche. Con el neo-cristianismo del siglo V (d.C. lógicamente) y siguiendo la tradición judía, eso no es permisible. El dios que no sea el mío no existe. Adorar imágenes es idolatría. Ya lo sabía Abraham cuando su padre le mandaba al mercado a vender pequeños ídolos.
¡Idolatría y politeísmo bendito que nos intentaron quitar! Gracias a Dios que nos fueron devueltos a través de santos y retablos.
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