Una respuesta huele cuando una pregunta duele.
La etapa de la vida más ligada y comprometida con la experimentación, la búsqueda de la verdad y, en muchas ocasiones, el escepticismo, es la niñez, sin ninguna duda. Las preguntas son compañeras infatigables de la lengua de un niño; todo es cuestionable, todo se cuestiona. Se trata de un individuo conociendo el mundo cubierto sólo por una fina tela apenas impregnada de algún tempranero prejuicio, sólo eso. La inocencia -lo tenga Zaratustra por bien dicho- es la más fuerte aliada de la sabiduría; las "verdades" luchan contra ella.
Así es como el niño se encuentra a diario con dilemas que ha de resolver. Y con su compañera la pregunta se embarca hacia el conocimiento. Pero ahí esperan la mentira, la manipulación, el miedo, el sistema... y se lanzan, como hombres, a por él. Y se cambian las palabras, y se reprimen preguntas impertinentes, y se castigan diferencias, y se maltratan iniciativas.
Y entonces el colegio se convierte en la tumba de ese niño y su inocencia y su razón y su crítica; y su filosofía queda limitada a los deberes.
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