Paro, paro, paro. Gente quejándose por doquier. Desconfianza generalizada. Alguien hablando de derechos perdidos; otro despotricando acerca del gobierno; uno criticando al sistema en sí; por allá se escucha algo sobre impotencia popular.
Se puede analizar la situación de muchas maneras. Lo cierto es que el ocaso del capitalismo es más que obvio. Desde hace tiempo las pataletas de banqueros y empresarios las pagamos más caras, cada vez más. Y esas pataletas, por llenarse más los bolsillos para conseguir no tener en qué gastarse tanta banalidad, se convierten paulatinamente en dos comidas al día para muchos, incluso en una, también hay más que no tienen ni una; y se transforman además en hipotecas aplastando a trabajadores que apenas pueden hacer una cosa: trabajar -el que tiene suerte-. Y el mensaje ultraliberal acecha y se abalanza sobre la población como uútimo guardián de la sinrazón más obsoleta. Pero ahí está; y se alía con el sociata para poner mirando para Cuenca a las hormigas que siguen llenando de stock los almacenes de los zánganos -¡Benditos organismos internacionales!-.
Y la profecía se cumple, y llegan las nuevas tablas de los mandamientos divinos impresas en una página del BOE. Y tú, indignado en apariencia, te resignas, y cuando acaba “sálvame” o “el barça” vas a la farmacia y compras el bote de vaselina más grande que encuentras, y vuelves a casa, y te bajas despacio los pantalones, y te agachas, y viene el hombre del traje gris y saca su vara de medir por un lado de sus dorados calzones, y te da por culo una y otra vez, y además de puta pones la cama. Y como no has mostrado el menor signo de desacuerdo con lo ocurrido el hombre del traje gris se guarda la vara de medir y se dirige a casa de tu vecino a repetir la escena.
¿Crees que la cosa no va contigo?
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