miércoles, 22 de septiembre de 2010

y rasgaste mi sonrisa cuando empezaste a sangrar

Las balas habían comenzado ya a enturbiar la inocencia, la cordura, el esfuerzo, los campos, la niñez, las fiestas, las relaciones. Sus padres y hermanos refugiados, sus abuelos y su novio víctimas de la sanguinaria sinrazón. Uno tras otro, mudos, cabizbajos, sin fuerzas para la despedida. Atrás sus casas, sus tierras, sus calles, sus rincones, su mundo.
Como una oveja más corría entre las explosiones con el rebaño. Los hombres acechaban resguardados bajo banderas hirientes. Trincheras, noches de hielo, fuego de muerte, silencio tras éste. Una angustia permanente se había apoderado de su cuerpo. No encontraba respuesta a sus mojadas cartas.
¿La familia? ¿Los amigos? ¿Los sueños? ¿1940? Al fin y al cabo morir congelado fue un mal menor.

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