lunes, 16 de mayo de 2011

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El hombre de ahora, el de hoy, el que se hizo ayer o anteayer, ese maldito protagonista del cinismo hecho realidad social, ese, cuando habla, escupe banalidades, sinrazones, mentiras de corto alcance. Ese, cuando calla, se describe políticamente. No pretende que le digan lo que ha de hacer, pero tampoco busca una realidad distinta; no crea, no cree, no espera ni ataca, no canta ni escribe, ni pinta.

El triunfo de la euforia del sinsentido, de la cabeza hueca, se presenta como propiciatorio de una ideología sin base teórica y menos intenciones prácticas. Qué pretende no es algo fácil de entender, cómo conseguirlo tampoco, pero tiene mucho de pasividad, sobre todo. Es imposible derribar algo que no es, algo sin cimientos ni tejado, sin paredes.