lunes, 20 de diciembre de 2010

amor y ruinas

Vagará por el camino. Las sombras de los árboles lo estarán manchando a brochazos, como un lienzo basto, cubierto apenas de pasos. En un recodo se detendrá; la sombra será allí presunta ganadora del terreno. Pero la soledad no vendrá entonces a su encuentro, ya estará con él. La mismidad de los enebros hará juego con sus ojos. Parecerá que alguien le observa. Correrá, se caerá, correrá; cual marioneta danzando entre velas avanzará.

Aparecerá entonces flotando en el lago, boca abajo, muerto, frío, frágil, ensangrentado. Ella lo mirará discreta, asustada; y cabizbaja se alejará. Las flores no hablarán de ello; la hojarasca querrá gritar, pero algo la atará. Y ella indefensa.

¡Campanas! Se oirán campanas; pero ¿dónde? El pueblo estará más escondido que la luz, en el fondo, tras los muertos, agazapado en la llanura. Las campanas retumbarán ya de modo tortuoso en su cabeza, convertidas casi en arpas o en violas. Y alcanzará por fin la última rama.

La luz de la noche en campo abierto le calará profundo en los ojos, haciéndola llorar de angustia. Y allí, ante sus pies, encontrará el pueblo. Un pueblo desolado por las guerras; un pueblo humeante, aún en ascuas. Cadáveres, banderas, ruinas... Las campanas, para entonces, habrán callado. Rendida se dejará caer sobre unas piedras, cercanas a lo que habrá sido el cementerio en otros tiempos, no muy lejanos.

El odio será su bandera desde entonces. Pero quieta en el suelo, sudando de calor y frío, no encontrarán sus gritos oído ni eco. Vagará muda para casi siempre por el llano, en busca de un hermano, en busca de un culpable, en busca de un amor, en busca de un asesino, en busca de un paisano. Morirá tras largos siglos de tristeza y mocos en la cara, cansada de morir.

Todos acudirán a su entierro desde el bosque.

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