jueves, 19 de marzo de 2009

el libre-dogmatismo moral

Cuando levantaba poco del suelo pensaba que vivíamos en un mundo con un sistema democrático totalmente justo e indiscutible, incuestionable e indestructible. Pensaba que no quedaba nada por inventar, nada que progresar...; sencillamente pensaba que la humanidad había llegado a su máximo esplendor y que no habría jamás motivo para bajarse de allí: no pensaba que pudiera haber guerras, desigualdades... pero lo que nunca me planteé es el hecho de la autorrepresión, del dogmatismo moral interno... ¡Feliz loco!
¿Qué sociedad -me pregunto ahora- hemos creado? ¿Qué tipo de sociedad democrática moderna, con hombres libres, respeto e igualdad hemos creado? Podría ser una excusa decir que todavía vivimos un nihilismo en su fase más crítica, es posible. Lo cierto es que es incomprensible al raciocinio razonante que alguien tenga que admitir que se ve incapaz de hacer algo que probablemente le haría feliz, que completaría algún vacío de su vida, porque sabe que sería incapaz de aceptarlo públicamente porque quizá no lo podría aceptar interiormente, en definitiva porque la culpa se adueñaría de ella, porque la dogmática y antivital moral cristiana está muy presente en su interior. ¿Es posible que esa hiriente moralidad sea tan poderosa que más de un siglo después de la muerte del hombre del futuro siga tan presente como siempre? Mi respuesta es sí- Solo que ahora es quizá más poderosa, peligrosa y destructiva pues el hombre contemporáneo no ve esa moralidad como algo prestado o impuesto sino como algo gestado por sí mismo. El individuo cree que esa moralidad es un producto propio nacido de su esfuerzo mental, e incluso algún iluminado llega a ver algunos aspectos de esta moralidad (como la culpa) como un error dentro de su desarrollo intelectual o incluso como un resto que queda tras la batalla contra esa tradicional moral que cree haber vencido. ¿Realmente hay quien ha ganado esta batalla? Quizás esa moralidad que cree haber desarrollado no es más que una versión maquillada de lo mismo, que causa esos restos de la batalla, en realidad perdida -en todo caso aún produciéndose-.

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