martes, 24 de noviembre de 2009

media noche

Espalda, brazos, manos, cuello, nuca. Un severo escalofrío recorrió su frágil cuerpo. Permanecía inmóvil, de pié, con los puños cerrados apretados contra las caderas y los ojos luciendo de par par. La respiración parecía no ya contenerse sino haber salido huyendo. Sentía que algo estaba tras de sí, mirándola. No reaccionaba. Ni siquiera un intento de girar la cabeza, de volver la vista atrás. Así parecía retrasar el mal que aguardaba. Como si el verdugo no pudiera bajar el hacha hasta ver una señal en los ojos de la víctima. El terror se escapaba por los poros de su piel. No lo pudo soportar. Se dejó caer hacia delante golpeándose la cabeza contra el borde de la bañera. Ni tan solo un grito la acompañó al fin.