Cuando vuelvo por las tardes en el autobús hacia Humanes, donde vivo, me suelo sentar en algún asiento del lado izquierdo. Hoy, como el sol ya pica a esas horas al ponerse, me he refugiado en el otro lado. Como cada día he salido del autobús mientras mi cuerpo permanecía dentro, sentado, con los auriculares puestos. Me he sorprendido al ver algo rojo entre las hierbas. Era el rojo de una amapola, la primera amapola que he visto este año, un poco arrugada, recién salida del capullo. Unos metros después otra amapola. Cerca otra amapola. Un poco después otras dos amapolas juntas. Y un grupo de cinco amapolas. Y otro grupo de amapolas. Todas asomando temerosas entre la gama de hierbajos que nace al borde exterior de la cuneta, entre ésta y el pequeño canal de regadío; camufladas pero altas y esplendorosas. Manchitas rojas entre los brochazos de tonos verdes y dorados que me han recordado la belleza que tienen las espinas al atreverse a nacer entre tanta rosa.
Cualquier cambio de perspectiva puede descubrirte un callejón gris en una ciudad de colores y viceversa. A mí, cuanto menos, me ha parecido curioso.
Cualquier cambio de perspectiva puede descubrirte un callejón gris en una ciudad de colores y viceversa. A mí, cuanto menos, me ha parecido curioso.
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