Llama a la puerta y espera. Nadie abre ni contesta. Entonces gira el pomo y comprobando que no está cerrado por dentro, abre la puerta y entra en la estancia. Acciona el interruptor para encender la luz y confirmar que efectivamente nadie se encuentra en el interior. Rápidamente, tras dar un vistazo general al cuarto, se dirige a la compuerta que buscaba. La abre y mira en su interior por si algo obstruye el conducto que comienza a partir de la ella. Sabe perfectamente que es ahí donde debe arrojar aquello de lo que ha venido a desprenderse.
Con una serie de movimientos claramente ensayados con anterioridad se desprende de todo lo que resguarda a su sexo y como un autómata se coloca en la posición idónea para realizar el proceso. Medita unos instantes adquiriendo el aspecto del que intenta recordar algo, hasta que finalmente se desprende del motivo que le ha conducido hasta este lugar. Ese motivo, al caer por la compuerta con una trayectoria totalmente vertical y colisionar con la superficie del agua que se encuentra tras la compuerta llegando a zambullirse en la misma para después salir a flote, hace ascender un chorro del líquido elemento, como cuando alguien tira una piedra a un estanque, que moja sin remedio el extremo de uno de los aparatos que lleva consigo el individuo. Comprueba que el elemento celuloso con el que puede limpiar lo que el proceso a ensuciado se encuentra en el más alto de una serie de estantes que hay en el lado de la derecha de la pared que queda tras de sí. Adquiriendo una postura muy forzada, como aquel que acaba de tener su primera experiencia homosexual, estira el brazo derecho hasta alcanzarlo. Es ahora cuando, recuperando su posición anterior, con una serie de movimientos de brazo y muñeca espléndidamente coordinados, limpia con insistencia el extremo del aparato que ha quedado manchado, comprobando con frecuencia la cantidad de suciedad que va quedando adherida a los pedazos que va arrancando del carrete de cartón y va arrojando los que ya no sirven por la trampilla.
Finalizada la limpieza, cambia de nuevo de posición, coloca de nuevo lo que sujeta a su sexo y vuelve a mirar a través de la compuerta. Seguidamente acciona un mecanismo que produce una corta y controlada, pero no por ello menos ensordecedora, corriente en el interior del conducto que hay bajo la compuerta que se lleva consigo todo lo que había arrojado. Comienza entonces a sentirse un ruido o un ronco murmullo que bien puede recordar a un enjambre de abejas. Cierra la trampilla, se lava las manos en un grifo que hay frente a la trampilla en un intento de eliminar las pruebas de lo que allí a ocurrido, abandona el cuarto, apaga la luz, cierra la puerta, y se marcha con una actitud que solo busca disimular, demostrar que el no ha estado allí.
Con una serie de movimientos claramente ensayados con anterioridad se desprende de todo lo que resguarda a su sexo y como un autómata se coloca en la posición idónea para realizar el proceso. Medita unos instantes adquiriendo el aspecto del que intenta recordar algo, hasta que finalmente se desprende del motivo que le ha conducido hasta este lugar. Ese motivo, al caer por la compuerta con una trayectoria totalmente vertical y colisionar con la superficie del agua que se encuentra tras la compuerta llegando a zambullirse en la misma para después salir a flote, hace ascender un chorro del líquido elemento, como cuando alguien tira una piedra a un estanque, que moja sin remedio el extremo de uno de los aparatos que lleva consigo el individuo. Comprueba que el elemento celuloso con el que puede limpiar lo que el proceso a ensuciado se encuentra en el más alto de una serie de estantes que hay en el lado de la derecha de la pared que queda tras de sí. Adquiriendo una postura muy forzada, como aquel que acaba de tener su primera experiencia homosexual, estira el brazo derecho hasta alcanzarlo. Es ahora cuando, recuperando su posición anterior, con una serie de movimientos de brazo y muñeca espléndidamente coordinados, limpia con insistencia el extremo del aparato que ha quedado manchado, comprobando con frecuencia la cantidad de suciedad que va quedando adherida a los pedazos que va arrancando del carrete de cartón y va arrojando los que ya no sirven por la trampilla.
Finalizada la limpieza, cambia de nuevo de posición, coloca de nuevo lo que sujeta a su sexo y vuelve a mirar a través de la compuerta. Seguidamente acciona un mecanismo que produce una corta y controlada, pero no por ello menos ensordecedora, corriente en el interior del conducto que hay bajo la compuerta que se lleva consigo todo lo que había arrojado. Comienza entonces a sentirse un ruido o un ronco murmullo que bien puede recordar a un enjambre de abejas. Cierra la trampilla, se lava las manos en un grifo que hay frente a la trampilla en un intento de eliminar las pruebas de lo que allí a ocurrido, abandona el cuarto, apaga la luz, cierra la puerta, y se marcha con una actitud que solo busca disimular, demostrar que el no ha estado allí.
4 comentarios:
Muy buen relato, si es lo que creo que es, a todos nos pasan esas cosas por lo menos tres veces al día, o más en mi caso...En todo caso, original y el estilo ese rollo mensaje después de ganar ficcions me mola. Registro Oculto de la lengua xD
Dios, es que me encanta tio. Es como leer a Virgilio tio. En realidad no me pasa tres veces al dia, es que lo había entendido mal, ajajaja(sólo una, y a veces ninguna)
¿Que habías entendido? Alomejor he hecho un relato con distintos significados sin enterarme jejeje. Me gusta más Herodoto, jejeje
No, solo que lo habia leido la priemra vez casi sin fijarme, y a la segunda ya me he fijado mas...
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